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Se pinta el paisaje, para inventarse un lugar desde el cual hablar de la pintura. (Siempre pareciera ser este, el desierto).
Se piensa en autorretratarse, para inventarse a sí mismo. Para generar por carencia, la imagen propia.
Autorretrato como representación del cuerpo del pintor. Paisaje como invención del pintor respecto del territorio.
Territorio y cuerpo entonces han de ser leídos desde la marca autógrafa de la pintura sobre este otro territorio que comienza y termina en los límites del formato.
Cuerpo territorio y tela, son entonces soportes intercambiables sobre los cuales el gesto ejerce su marca.
Son aquellos la marca misma
Retina entonces de tierra imprimada y en carne viva. Carne de pintor a saber. Hábil pase de manos para poner los pies en polvorosa ( polvo-rosa) para ganar distancia y presenciar desde un lugar seguro la puesta en escena de ese cuerpo fragmentado y marcado a tierra que imprime su impronta sobre la mortaja previamente preparada. Sudor de carne, tierra, blanco y gelatina sin sabor, para hacer de esa mortaja, el territorio propicio a los recorridos que hacen visibles las marcas todas.

Se piensa entonces el paisaje ante la carencia de un lugar desde el cual hablar de la pintura con propiedad; propiedad entendida como pertinencia-pertenencia.

Se inventa este sitio desde la ilusión y construimos luego la forma de habitarlo. Trazamos los caminos, demarcamos recorridos, señalizamos los limites a traves de, y dentro de los cuales se ha de llevar a cabo la conquista, la evangelización/urbanización de este enorme sitio eriazo que tenemos ante los ojos.

Pensemos en urbanizar como en redimir. Se urbaniza para poner orden y hacer habitable un territorio. Se redime para poner orden y hacer viables las almas. Empresas ambas que pasan por la consagración de un cuerpo como soporte metafórico.
Se pinta como urbanizando; como redimiendo, para devolver el alma al cuerpo. Así, pintura de cuerpo presente; ritual de sacrificio. Sfumatto liturgico para esta Pietá que desde sus brazos nos muestra los signos que señalan desde el desierto a la gracia.
.Autorretrato como representación del cuerpo del pintor. Paisaje como invención del pintor respecto del territorio.
Territorio y cuerpo entonces han de ser leídos desde la marca autógrafa de la pintura sobre este otro territorio que comienza y termina en los límites del formato.
Cuerpo territorio y tela, son entonces soportes intercambiables sobre los cuales el gesto ejerce su marca.
Son aquellos la marca misma
Retina entonces de tierra imprimada y en carne viva. Carne de pintor a saber.
Hábil pase de manos para poner los pies en polvo-rosa para ganar distancia y presenciar desde un lugar seguro la puesta en escena de ese cuerpo fragmentado y marcado a tierra que imprime su impronta sobre la mortaja previamente preparada. Sudor de carne, tierra, blanco y gelatina sin sabor, para hacer de esa morataja, el territorio propicio a los recorridos que hacen visibles las marcas todas.

Se piensa entonces el paisaje ante la carencia de un lugar desde el cual hablar de la pintura con propiedad; propiedad entendida como pertinencia-pertenencia.
Se inventa este sitio desde la ilusión y construimos luego la forma de habitarlo. Trazamos los caminos, demarcamos recorridos, señalizamos los límites a través de, y dentro de los cuales se ha de llevar a cabo la conquista, la evangelización/urbanización de este enorme sitio eriazo que tenemos ante los ojos.
Pensemos en urbanizar como en redimir. Se urbaniza para poner orden y hacer habitable un territorio. Se redime para poner orden y hacer viables las almas.
Empresas ambas que pasan por la consagración de un cuerpo como soporte metafórico.
Se pinta como urbanizando; como redimiendo, para devolver el alma al cuerpo. Así, pintura de cuerpo presente; ritual de sacrificio. Sfumatto liturgico para esta Pietá que desde sus brazos nos muestra los signos que señalan desde el desierto a la gracia.